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miércoles, 21 de enero de 2015

Papá, mi hijo me pega

Tras haber publicado un artículo sobre el maltrato infantil, me parece interesante ver la otra cara de la moneda, los padres que son maltratados por sus hijos. De esto mismo trata el artículo "Papá, mi hijo me pega" publicado por Bel carrasco, el 27 de octubre del 2013, algo que se vive en demasiadas familias y que se trata en silencio por miedo y vergüenza.

 'Papá, mi hijo me pega'. Esta frase y sus posibles variantes delatan un drama que se desarrolla puertas adentro, en la intimidad del hogar, padecido hoy día por miles de familias. El sufrimiento de unos padres que viven amedrantados por los maltratos verbales y físicos a los que son sometidos por quienes trajeron al mundo, sus propios hijos.
Recuerdo la desagradable impresión que sentí la primera vez que vi a un niño encararse a su padre. Fue hace varios años en un camping de Jávea, el crío no levantaba dos palmos del suelo y a voz en grito insultaba públicamente a su progenitor, llamándolo imbécil y cosas peores. Me quedé sin habla ante la desfachatez del niño y la indiferencia o mansedumbre de su padre, que no se atrevió a replicarle.

Un sentimiento parecido, entre la incredulidad y el rechazo, experimenté hace poco al saber que en la Comunidad Valenciana estos últimos años se producen casi un millar de casos de violencia filio paternal. Una cifra impresionante, punta de iceberg, ya que no debe ser nada fácil reconocer ante el resto de la familia o ante desconocidos como policías y jueces que uno es incapaz de imponer autoridad y respeto en su propia casa. Y pronunciar la frase fatídica: 'Mi hijo me pega'. Únicamente los padres que se encuentren en una situación límite de peligro decidirán dar ese paso irreversible, que marcará sin duda un antes y un después en la convivencia familiar.
La sociedad empieza a reaccionar ante la incidencia creciente de este fenómeno. La Universitat de València ha organizado este curso un postgrado dedicado a estudiar las raíces del problema y las formas de afrontarlo: el Master en Intervención con Adolescentes en Riesgo y sus Familias.

Reconocer la existencia del conflicto es un primer paso para intentar resolverlo. ¿Los jóvenes de ahora son más agresivos que los de antes? ¿La crisis económica influye en este tipo de ataques? ¿Asistimos al entierro definitivo de la patria potestad de origen romano?

La violencia está impresa en los genes y la naturaleza humana desde que el mono originario enarboló la estaca contra sus parientes. Pero hoy podemos ufanarnos de vivir en la sociedad menos violenta de la historia, al menos en lo que se refiere a su manifestación explícita.

Hasta no hace mucho lo primero que se les enseñaba a los chicos al llegar a la mayoría de edad era a manejar armas, matar o morir en el entrenamiento militar o en el campo de batalla, donde fueron carne de cañón durante siglos. Más de uno aprendía a disparar un fusil antes que a hacer el amor. En cambio, los jóvenes de hoy son pacíficos y pacifistas, hedonistas y complacientes. En general, mucho menos agresivos que las generaciones anteriores. Pero cuando la razón y los argumentos fallan, a la hora de conseguir sus deseos y objetivos algunos hijos airados caen en la tentación del golpe, que les resulta más rápido y efectivo que las palabras.

Por otra parte, ni el maltrato a los mayores, ni el parricidio son por desgracia nada nuevo bajo el sol. Cuántos ancianos se suicidaban en los pueblos de España cuando se veían inservibles y menospreciados por su familia. La soga al cuello o el trago de lejía eran con demasiada frecuencia un pasaporte para huir de una vida miserable. Por fortuna y gracias al sistema de pensiones esa truculenta imagen forma parte del pasado y de la crónica de la España negra.

La violencia del hijo contra el padre es algo preocupante, una grieta en los cimientos de la sociedad, la evidencia del derrumbe de un concepto periclitado de autoridad. Pero no hay que rasgarse las vestiduras o tomarlo en plan trágico. En mi opinión es un fenómeno pasajero, o al menos, así lo espero. Se trata de un desfase o desajuste entre dos modelos educativos casi antagónicos que se han sucedido uno al otro con demasiada celeridad. Del modelo autoritario y controlador al máximo de antes al permisivo y tolerante de hoy. Un gran salto desde el 'padre patrón' al 'papi colega'. De la antigua admonición: 'A las 10 en casa a cenar o te la cargas ' al 'pásalo bien y vuelve cuando quieras'.

'En nombre del padre'... es hoy en nombre del hijo, astro rey de la familia en torno al que giran sus demás miembros. Los bebés no vienen al mundo con un libro de instrucciones y educarlos bien no es nada fácil. Los padres de antes aprendían de sus propios errores, hijo tras hijo, bofetón tras bofetón, castigo tras castigo.

Los de ahora están mucho más preparados para asumir el peso de la paternidad y por primera vez en este país los hombres se implican en la crianza de sus hijos desde el primer momento, codo con codo con la mujer. Creo que eso es un gran paso adelante. Como propugna el filósofo José Antonio Marina la educación se asienta en la familia, pero también en la escuela y la tribu, la sociedad. Y esos tres 'palos del sombrajo' hoy tienen altura y envergadura muy distinta por lo que todo el andamio es una estructura inestable que se tambalea.

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